17 de Diciembre de 2011. Aeropuerto de Edimburgo.
Vuelvo a casa por navidad, como el turrón. Mi avión sale dentro de dos horas, ya he embarcado la maleta y me encuentro en el bar del aeropuerto tomando la última cerveza del año en Escocia.
En la mesa de mi izquierda hay una japonesa, en frente uno que creo que es francés (o belga, vete tu a saber), a mi derecha un enorme ventanal a través del cual veo los aviones en las pistas de embarque, y detrás de mí hay una chica rubia en una mesa.
Todos ellos tienen en las manos un ipad un smartphone o una tablet de esas, todos están escribiendo, escuchando música o leyendo alguna noticia. Yo mientras estoy escribiendo esto en una libreta, que bien mirada es como un ipad pero con recortes. Todos viajan solos, todos conectados, pero solos. Y os lo adelanto por si no lo sabéis, es una mierda viajar solo.
Cuando vas solo, sobretodo cuando vas solo por un país que no es el tuyo, en el que no usan tu lengua, y cuando estás muy lejos de casa y de tus conocidos, los aeropuertos se convierten en un lugar extraño con incómodas e interminables esperas, del que quieres salir cuanto antes. En ese aspecto podría decir que son como hospitales. No te quitas la sensación de malestar hasta que no recoges tu la maleta en el país de destino. Aunque bien es cierto que la cerveza del aeropuerto ayuda a mitigarla aunque sea por un momento.
Mi padre una vez me digo una frase de esas de enmarcar (de las que marcan) que ilustra bastante bien esta entrada:
“Si quieres llegar rápido, viaja solo. Si quieres llegar lejos, viaja acompañado”.
Y yo de momento no tengo ninguna prisa. Así que como ya os he dicho, viajar solo es una mierda.
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